martes, enero 08, 2008

REQUIEM PARA UN VIEJO ANDINO

VIEJO ANDINO.
Acrílico sobre tela
AURELIANO ALFONZO B.


Tenía rato contemplándonos. En silenciosa actitud se preguntaba quiénes éramos y qué hacíamos allí. Sin previo aviso habíamos invadido su territorio apacible subiendo hasta lo más alto de la empinada calle para divisar la panorámica del pueblo. Abajo, las casas se apretujaban alrededor de la pequeña iglesia. Soplaba una brisa helada que menguaba calor al sol del mediodía.

CALLE DE CHIGUARÁ
Estado Mérida. Venezuela

Acrílico sobre tela.
AURELIANO ALFONZO B.

De repente le vimos. Estaba sentado en un brocal alto de la acera. Era corpulento y recio, curtido por los años. Nos había llamado con la potente voz de una mirada verdiparda, disparada entre mil surcos y arrugas. Llevaba puesto un sombrero marrón de ancha ala. Cubría sus hombros una curtida ruana blanca de finos cuadros grises. Un gran bigote blanco caía a cada lado de su boca, con la peculiaridad de que una de sus puntas era más larga que la otra. Ante su persistente vigilancia, no pudimos resistir el impulso de acercarnos a él para saludarle y entablar conversación. Algo nos decía que aquel fortuito encuentro merecía ser más que un simple intercambio de miradas.


---Buenos días. ---le dijimos para iniciar la charla
---Buenas ---nos contestó con parquedad.

Para disipar su recelo, le informamos que estábamos filmando un documental sobre Mérida, que su aldea era muy bonita y que, si nos lo permitía, nos gustaría mucho incluir su imagen.

---Sí, como no ---nos respondió risueño

Fue una conversación fácil, pues la curiosidad se hallaba de ambos lados. Mientras hablaba, capturamos su imagen de genuino representante andino. Su mirada era penetrante y tenía el brillo de la sabiduría de los años. Nos dijo que era el más viejo del pueblo. Que había nacido allí hacía ciento un años. Que tenía muchos hijos, nietos y biznietos y que era dueño de un terreno, montaña adentro, donde cultivaba café.

Fue una charla corta que duró apenas cinco minutos. Nos despedimos y lo dejamos allí, en el mismo lugar donde lo encontramos, viendo alejarnos calle abajo. Siempre lo recuerdo, sentado en aquel alto brocal de la acera, llamándonos en silencio con su mirada curiosa. Nos llevábamos su sonrisa, su reciedumbre y sus arrugas. Nunca más nos volveríamos a ver.

De la foto que le tomé aquel día, pinté un cuadro, tratando de captar su gesto, su sabiduría, su picara mirada. Y tres años después regresé a aquel pueblo merideño, para saber de él y regalarle una foto del cuadro que inspiró. Encontré su casa en la mitad de aquella empinada calle. Pero él ya no estaba. Al hablar con su hija, supe que había muerto hacía pocos meses. Había reunido a sus hermanos, hijos, nietos y biznietos, y se despidió de ellos, serenamente, como un viejo patriarca de leyenda.

Hay encuentros fortuitos que, a pesar de ser breves y aparentemente intrascendentes, quedan guardados para siempre en la memoria. Son sincronismos misteriosos que al llegar, nos tocan y enriquecen. Para mí, ese fue uno de ellos, por siempre perdurable y especial.

AURELIANO ALFONZO B.

1 Comments:

At 12:35 p. m., Blogger VientoSur said...

Este post parece una escena de película o una página de novela. Increíble presencia de un artista plástico que disfruta del mundo de palabras!!

 

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